Ovidio
Publio Ovidio Nasón nació en Sulmona (a
Aún niño se trasladó a Roma
para realizar sus estudios, que después perfeccionó en Grecia. El mismo año que
Octavio fue proclamado Augusto (en el 27 a .C.), Ovidio vistió la toga virilis. Pronto abandonó el cursus honorum para dedicarse por completo a la poesía.
Se relacionó entonces con
el círculo literario de Mesala Corvino donde conoció a Horacio, Virgilio y
Propercio. Gracias a éste último se acercó a la obra de Catulo y Tíbulo, que
trajeron a Roma la influencia del helenismo. Ovidio se convirtió así en el
poeta del amor, o sea de elegías destinadas a una o varias mujeres. En el caso
de Ovidio su musa es una misteriosa mujer llamada Corina, no sabemos si real o
fingida. En esa línea en el año 15
a .C. publica Amores,
obra que lo encumbró como principal poeta mundano de Roma.
Tres años más tarde, Ovidio
escribió su propia versión de Medea, a
la que siguió Heroides, elegías
combinadas con epístolas. No obstante, la obra que lo catapultó a la fama y que
reafirmó su prestigio como poeta del amor fue el Ars Amandis o Arte de Amar
escrita entre los años 2 a .C.
y 2 d.C. La obra se divide en tres libros en los que ofrece una serie de consejos
sobre relaciones amorosas:
- Libro I.- “Sobre cómo y dónde conseguir el amor de una mujer”. Al igual que el libro II va dirigido a los hombres.
- Libro II.- “Sobre cómo mantener el amor ya conseguido”.
- Libro III.- “Consejos para que las mujeres puedan seducir a un varón”. Este libro va dedicado a las mujeres.
Aunque
de contenido didáctico, el espíritu y la forma del libro es el de la elegía
mientras que el metro usado es el díptico elegíaco.
La obra, que cantaba el
adulterio y la picardía de las prostitutas, tuvo un éxito inmenso a pesar de
que las enseñanzas iban en contra de la política oficial encaminada a recuperar
las antiguas virtudes romanas por lo que provocó recelos en Augusto y en el
sector más conservador de la sociedad.
Escena erótica del prostíbulo. Pompeya 2011
Para
aplacar un poco los ánimos a finales del 2 a .C. Ovidio publicó Remedios de Amor en los que se enseñaba a protegerse de los amores
desgraciados o viciosos.
Después
se centró más en temas de carácter mitológico dando lugar a su otra obra
maestra, Metamorfosis. Al mismo
tiempo y para congratularse en parte con el emperador publicó los Fastos en los que plasma magistralmente
aspectos diversos del calendario romano.
Ovidio
se casó tres veces, siendo sólo duradero su tercer matrimonio. Al poeta le
gustaba la vida placentera y la asistencia a fiestas donde se codeaba con las clases
altas. En este mundillo es donde probablemente conoció a Julia, la nieta de
Augusto. Ésta fue desterrada a las Islas Trimero por su comportamiento adultero
en el año 8 d.C. A los pocos meses Ovidio fue también enviado al exilio en Isla
de Tomi (en la actual Rumanía). Aún hoy se desconocen las causas de tal
castigo. El poeta en sus versos señala que le perdieron un poema y un error o
imprudencia.
A pesar de que la poesía de
Ovidio no era del gusto del emperador, Augusto no prohibió que se difundiera el
Ars Amandis. Ello, unido a que en los
últimos tiempos Ovidio había cambiado el tono de su lírica, hacen probable que el
motivo del destierro no fuera la producción del poeta. De alguna manera y por
las fechas, el exilio parece estar relacionado con Julia Menor, de la que se ha
especulado que incluso pudiera ser la misteriosa Corina, musa del autor o que
quizás éste facilitó la relación adúltera de Julia con Silano.
Muchas conjeturas se han
hecho al respecto, sin embargo, considero que lo único suficientemente grave para
llevar a Augusto a tomar tal decisión puede ser que el propio Ovidio hubiera
sido amante de su nieta o que estuviera implicado de alguna forma en la conjura
que se desveló meses después. También hay quien especula que el poeta hubiera
descubierto a Augusto o a Livia en algún desliz, lo que no parece muy probable
pues Ovidio no era bienvenido en los
círculos del Príncipe.
Monumento a
Ovidio en Sulmona (Italia)
Lo
cierto es que Ovidio marchó al exilio para nunca más volver, a pesar de sus
súplicas de perdón que no fueron escuchadas ni por Augusto ni por
Tiberio años después, quien no tuvo problemas en perdonar a Silano, el amante declarado de
Julia Menor. Esto refuerza la teoría que el motivo del destierro de Ovidio era seguramente
de índole político. Quizás se enteró de la conspiración en alguna fiesta y no
lo puso en conocimiento de Augusto. Mientras que alguien sí informó al
emperador señalando a los presentes en aquel evento. En este sentido parecen
girar los versos del autor escritos en Tomi: “¿Por qué vi lo que vi? ¿Por qué son culpables mis ojos? ¿Por qué me
enteré sin querer de un delito? Acteón no tuvo intención de ver a Diana
desnuda, pero fue despedazado por sus propios perros” (Ovidio. Tristia.
2, 103-106).
En su doloroso destierro el poeta
continuó escribiendo movido por la nostalgia. Tristia y Epístolas ex Ponto
son dos elegías de esta época, dominadas por un hondo sentimiento, en las que
desea proclamar la injusticia por el duro castigo al mismo tiempo que implora a
sus amigos que aboguen por él. “Nunca
intenté provocar la perdición universal amenazando la cabeza del César, el
líder del mundo; no dije nada, mi lengua nunca pronunció palabra de violencia. No se me
escaparon irreverencias sediciosas entre copa y copa” (Tristia. 3,5, 45-48).
Murió en 17 d.C. a la edad
de 60 años amargado por no poder volver a Italia.
A pesar de su desgracia, la
influencia de Ovidio fue inmensa desde el principio y se ha mantenido durante todas la épocas: desde los poetas
latinos de época carolingia a los poetas franceses de los siglos XIII y XIV, y
muy especialmente en el Renacimiento con el Humanismo. En esos años Metamorfosis inspiró entre otras el famoso
soneto XIII de Garcilaso de la
Vega , instante que ya en el Barroco fue plasmado
magistralmente por al gran Gian Lorenzo Bernini en su obra maestra, Apolo y
Dafne. Su fama ha perdurado hasta nuestros días.
Apolo y Dafne. Gian
Lorenzo Bernini. 1625. Galería Borghese. Roma 2018
"[...] Muchos la pretendían (a Dafne), pero ella, alejando a sus pretendientes, no pudiendo soportar el yugo del hombre y, libre, recorre los bosques sin camino y no se preocupa del himeneo, ni del amor, ni del matrimonio. [...] Pero los encantos que posee son un obstáculo para lo que anhela y su hermosura se opondrá a su deseo. Apolo ama y luego de ver a Dafne desea ardientemente unirse a ella [...].
La hija del Peneo, con tímida carrera, huyó de él
cuando se dirigía a ella y le dejó con palabras incacabadas, siempre bella a
sus ojos; los vientos desvelaban sus carnes, sus soplos, llegando sobre ella en
sentido contrario, agitaba sus vestidos y la ligera brisa echaba hacia atrás
sus cabellos levantados; su huida realzaba más su belleza. Pero el joven
dios no puede soportar perder ya más tiempo con dulces palabras y, como el
mismo amor le incitaba, sigue sus pasos con redoblada rapidez [...]. Y
como persigue, ayudado por las alas del amor, es más veloz y no necesita
descanso; ya se inclina sobre la espalda de la fugitiva y lanza su aliento
sobre la cabellera esparcida sobre la nuca. Ella, perdidas las fuerzas,
palidece y, vencida por la fatiga de tan vertiginosa fuga, contemplando las
aguas del Peneo, dijo: "Auxíliame padre mío, si los ríos tenéis poder
divino; transfórmame y haz que yo pierda la figura por la que he agradado
excesivamente".
Apenas terminada la súplica, una pesada
torpeza se apodera de sus miembros, sus delicados senos se ciñen con tierna
corteza, sus cabellos se alargan y se transforman en follaje y sus brazos en
ramas; los pies, antes tan rápidos, se adhieren al suelo con raíces hondas y su
rostro es rematado por la copa; solamente permanece en ella el brillo. Apolo
también así la ama y apoyada su diestra en el tronco, todavía siente que su
corazón palpita bajo la corteza nueva y, estrechando con las manos las ramas que
reemplazan a sus miembros da besos a la madera; sin embargo, la madera rehúsa
sus besos. Y el dios le dijo: "ya que no puedes ser mi esposa, serás en verdad
mi árbol; siempre mi cabellera, mis cítaras y mi carcaj se adornarán
contigo. ¡Oh, laurel!, tú acompañarás a los capitanes del Lacio cuando los
alegres cantos celebren el triunfo y el Capitolio vea los largos cortejos. Como
fidelísima guardiana, tú misma te encontrarás antes las puertas del Augusto y
protegerás la corona de encina situada en el centro; así como mi cabeza,
cuyos cabellos jamás han sido cortados, permanece joven, de la misma manera la
tuya conservará siempre su follaje inalterable". (Ovidio. Metamórfosis. Libro I).
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