Tras la batalla de Nauloco,
entre Octavio y Antonio comenzó un período de guerra fría que tendría su
desenlace 6 años después en la batalla de Accio (31 a .C), la última gran guerra
civil romana.
Busto de Octavio en su época de triunviro. 40 a.C. Roma. Museos Capitolinos
Una vez eliminados Sexto
Pompeyo y Lépido, en Roma Octavio consolidó su poder; el joven triunviro cada
vez sentía más la ciudad como suya y ésta se iba acostumbrando a reconocer en
aquel muchacho de bello rostro al hombre que la protegía y velaba por sus
intereses. Sin embargo, lo único que deslucía su imagen en fulgurante ascenso
eran sus dudosas intervenciones en el campo de batalla. Esta circunstancia fue
decisiva para que en estos años iniciara una guerra en Iliria (región agreste
del Adriático que lindaba con Italia cuyos salvajes habitantes eran una fuente
constante de conflicto). Aunque él estaba al mando de la operación, Agripa, su
fiel guardián, permaneció a su lado en todo momento, aunque no pudo evitar que Octavio resultara gravemente herido cuando éste en una exhibición de gran valor se puso al frente de sus hombres. Quizás su
propaganda exagerara la acción pero lo cierto es que ésta impactó en la opinión
pública hasta el punto que el gran historiador Tito Livio escribiera sobre el cambio
que experimentó Octavio comentando que “su
belleza se realzó con la sangre y la dignitas del peligro en el que se
encontró”. En el año 34 a .C.,
el sobrino nieto de César con 29 años comenzaba a dejar atrás la juventud.
Por su parte en Oriente,
Antonio seguía recaudando fondos para su guerra contra Partia. Para ello, en el
37 a .C,
había enviado a Octavia (que estaba nuevamente embarazada) de regreso a Roma a
la vez que retomaba su relación sentimental con Cleopatra; ésta, que ya no era
la cándida muchacha que él había abandonado encinta años atrás, a cambio de
ayuda le exigió una serie de contrapartidas políticas y personales, entre las
que destacaban una ceremonia que la convertiría en su esposa (aunque seguía
casado con Octavia) y la cesión de algunos territorios tales como Creta,
Chipre, parte del actual Líbano, Cilicia y otras regiones de Judea.
Moneda de Marco Antonio y Cleopatra
Toda esta
situación, que irritó enormemente a Octavio, abriría una brecha profunda entre
los dos colegas de gobierno. Cada vez se hacía más evidente que el mundo romano
no podía ser regido por dos personas con criterios de gobierno tan diferentes:
Antonio era un político tradicional dominado por sueños megalómanos que
anhelaba ansiosamente la gloria en el campo de batalla, no obstante, ponía más
afán en disfrutar los placeres de la vida que en alcanzar sus fines. Octavio,
al contrario, era un trabajador incansable cuya manera de hacer política era
totalmente novedosa y con una única obsesión: convertir Roma en la primera
ciudad del mundo para desde allí consolidar la cultura romana por todos los
territorios conquistados.
Tras el fracaso de la campaña parta de Antonio en el
Antonio y Cleopatra
En 34 a .C., Marco Antonio resultó
victorioso en una campaña en Armenia que en Roma fue recibida con gran
frialdad. Por ello, lo celebró en Alejandría en una procesión que emulaba un
triunfo romano. A pesar de que Antonio se cuidó mucho de acentuar las
diferencias entre ambos desfiles, Octavio montó en cólera porque era
inadmisible celebrar un triunfo por una conquista romana en ningún lugar que no
fuera Roma. Sin embargo, la gota que colmo el vaso de la indignación en la
capital del imperio fue la ceremonia que Antonio celebró en Alejandría conocida
como las Donaciones. En ella, el triunviro sentado junto a la reina en sendos tronos
de oro acompañados de sus hijos, los dos gemelos y el pequeño Ptolomeo
Filadelfo (nacido en 36 a.C.) reconoció la legitimidad de Cesarión (el hijo
mayor de Cleopatra) como hijo de César y repartió simbólicamente territorios
entre los pequeños. Éste fue uno de los más graves errores de Antonio pues
muchos de sus seguidores en Roma comenzaron a darle la espalda. La ruptura con
Octavio era una realidad pues con las Donaciones no sólo estaba atentando
contra el poder de Roma sino que ponía en duda la legitimidad de su colega
triunviro como único hijo reconocido y heredero del dictador.
Territorios repartidos en las Donaciones de Alejandría
El 31 de diciembre de 33 a .C. expiró el Triunvirato
y ninguno de los dos mostró ninguna intención en renovarlo. Esto fue el
comienzo de una guerra difamatoria entre ambos cuyo final no podía ser otro que
las armas. Las acusaciones se volvieron poco a poco más personales: Octavio
criticó severamente a Antonio su afición a la bebida y su vida lujuriosa; éste
contraatacó burlándose de los orígenes humildes de Octavio además de acusarlo de cruel y cobarde. Desgraciadamente de esta batalla dialéctica sólo se
ha conservado un extracto de una curiosa carta de Antonio reproducida por
Suetonio en el que acusa a su aún cuñado de hipocresía sexual: “¿Qué te pasa? ¿Es por qué me acuesto con una reina?: Es mi mujer. ¿No
llevo haciéndolo desde hace 9 años? ¿Y qué pasa contigo? ¿Acaso sólo te
acuestas con Drusila? Suerte, si cuando leas esta carta, no te has acostado con
Tertula, o Terentila o con Fufila, o con Salvia Titisenia, o con todas ellas?¿importa
acaso dónde y con quién sacias tu deseo?. (Suetonio. Vida de Augusto. 69.2).
En el 32 a .C. Antonio se divorció de
Octavia y la obligó a abandonar su casa. La ofensa a una dama tan ejemplar y
querida la hizo suya toda Roma, a quien no le importaba cuántas amantes pudiera
tener Antonio pero que consideraba intolerable su matrimonio con una
extranjera.
Y esa fue a gran baza que
jugó Octavio, que ese año no ostentaba ningún cargo público (como
estaba acordado, su consulado, había dado paso al de dos cónsules afines a
Antonio). Por ese motivo, protegido por senadores afines, comenzó su batalla en
el Senado contra la orientalización de Antonio y su sometimiento a la que él tachaba de hechicera y de mujer ambiciosa, cuyo máximo anhelo era dictar justicia en el
Capitolio. Los cónsules contraatacaron contra Octavio; sin
embargo, lo discursos del futuro Príncipe contra la pretensiones de la Reina egipcia empezaron a
movilizar a todas las ciudades de Italia y de las provincias occidentales, que una a una fueron prestando juramento de lealtad a Octavio tal y como él mismo
relata en el Cap. 25 de sus Res Gestae
Divi Augusti “Italia entera me juró,
por propia iniciativa, lealtad personal y me reclamó como caudillo para la
guerra que victoriosamente concluí en Accio. Igual juramento me prestaron las
provincias de las Galias, las Hispanias, África, Sicilia y Cerdeña”. Fue
una jugada maestra pues no era él quien incitaba a la guerra sino que todo Occidente
le imploraba que liderara la guerra contra el enemigo extranjero que
amenazaba la soberanía de Roma. Los cónsules y algunos partidarios se vieron obligados a huir en busca de
Antonio. Sin embargo, aún quedaban algunos seguidores en la capital plantándole
cara a un Octavio, que dio el golpe de gracia al robar de la Casa de Vestales el
Testamento de Antonio, en el que fue uno de los actos más impíos de su vida. En sus
últimas voluntades, Antonio nombraba herederos a sus hijos egipcios, reconocía
a Cesarión como único hijo de César y, lo que es imperdonable para un romano: pedía en caso de morir en Roma que su
cuerpo fuera trasladado a Alejandría para ser enterrado junto a la reina
Cleopatra. Muy pocos censuraron a Octavio por haberse hecho con el testamento
de un hombre vivo de aquel modo pues era tal la aberración que produjo la
última cláusula en la opinión pública que no sólo Roma sino Italia entera declaró la
guerra a Cleopatra y a su aliado, el traidor a su patria Antonio.
Casa de las Vestales. Roma 2013
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