Tras la huida de los asesinos de César propiciada tras el
brillante discurso que Marco Antonio pronunció en el funeral, éste (cónsul
aquel funesto año 44 a .C.)
se hizo con el poder absoluto de la ciudad. Por ello, fue incapaz de digerir la
llegada a Roma del joven heredero de César y se negó a dar validez a su
testamento. Octavio reaccionó con audacia subastando muchas de sus propiedades
para pagar al pueblo los legados que su padre adoptivo había determinado en sus
últimas voluntades. Esto le reportó gran popularidad a la vez que comenzó a
mermar la de Antonio.
Marco Antonio elogia a César y promete venganza
Fuente: Historia y Vida. nº 463
Del mismo modo, y nuevamente a sus expensas, Octavio comenzó a formar
un ejército con los veteranos de César, también pretendidos por Antonio.
Acompañado de sus inseparables Agripa y Mecenas partió hacia Campania con un
carro cargado de oro para reclutar más soldados (Antonio lo acusó de haber
robado en Brindisi los fondos que César guardaba para la guerra contra los
partos).
Esto encendió la disputa entre ambos, por lo que Marco Antonio
al expirar su consulado presionó al Senado a través de sus legiones para
obtener la provincia de la
Galia Cisalpina , ya ocupada por Décimo Bruto, uno de los
asesinos de César, que se negó a abandonarla.
Por su parte, Octavio para dar legalidad a sus acciones (simulando
ingenuidad y ausencia de ambición política) buscó el amparo del hombre fuerte
del Senado, el único de la vieja guardia republicana contraria a César que
permanecía en Roma, Marco Tulio Cicerón. Considerado el mejor orador de todos
los tiempos, Cicerón no había participado en la conspiración de los Idus de
marzo aunque era partidario de los asesinos (quienes no le confiaron la conjura
debido a su fama de imprudente). Enemigo manifiesto de Marco Antonio, Cicerón
accedió a defender, no sin reservas, la posición del muchacho contra aquel, que
había salido de Roma con sus propias legiones para plantar batalla a Décimo
Bruto por la provincia de la
Galia.
Cicerón (David Bambers) y Marco Antonio (James Purefoy). Fotograma de la serie Roma
Entre el 2 de septiembre de 44 a .C. y el 21 de abril de 43 a .C. Cicerón pronunció catorce
discursos contra Marco Antonio, las llamadas
Filípicas, que constituyen el culmen de la oratoria. Entre ellas destaca la
segunda, una auténtica obra maestra de la inventiva, en la que usando todos los
recursos retóricos a su alcance y con suma elegancia denigra a Antonio y sus
seguidores de manera contundente. Del mismo modo, en la tercera alaba al
heredero de César, tomando claramente partido: “Cayo César, que es un adolescente, casi un niño, por propia
determinación en la que a la vez brillan la sabiduría y valor increíbles y casi
divinos, cuando mayor era el furor de Antonio, cuando se temía su vuelta de
Brindisi como la plaga más cruel y pestífera, ha organizado un poderoso
ejército de invictos veteranos sin que se le pidiese, empleando su patrimonio
en la salvación de la república, pues si este joven no hubiera detenido el
ímpetu de aquel furioso la república hubiera sido destruida hasta en sus
fundamentos. Por esto, padres conscriptos en el día de hoy debemos concederle
autoridad para que pueda defender la república, no por espontánea protección
suya, sino por encargo nuestro” (Filípica
Tercera, 2). Sin embargo, en sus cartas privadas se burlaba de la candidez
del muchacho y se jactaba de utilizarlo en su batalla personal con Antonio. “El chico debe ser elogiado, honrado y luego eliminado”. (Cicerón. Cartas, XI, 20,1), lo que llegó a oídos de
Octavio, a quien no le agradó en absoluto. El propio narcisismo de Cicerón le
impidió darse cuenta que era él, el viejo senador, quien había caído en las redes de un adolescente de
19 años.
Cicerón habla ante el Senado. Detalle de los frescos de la sala Maccari del Senado italiano
Cesare Maccari. 1880. Roma
Así, Octavio fue nombrado propretor y senador (diez años antes de la edad legal) logrando legitimizar su posición. Enseguida puso sus tropas al servicio de los Cónsules del año, Hircio y Pansa, con los que partió hacia Mutina (Módena) donde Marco Antonio (declarado enemigo público) tenía sitiado a Décimo Bruto. Antonio fue derrotado y marchó hacia el oeste con los restos de su ejército. Los cónsules murieron en la batalla por lo que Octavio se hizo con el mando de sus legiones. Desde ese momento, el joven, que para salvaguardar sus intereses y contra natura había tenido que acudir en ayuda de uno de los asesinos de su padre (algo que debió afectarle profundamente), dejó de cooperar con Décimo Bruto (según Apiano en su Historia de las Guerras Civiles se expresó del siguiente modo: “Mi naturaleza me prohíbe mirar y dirigirle la palabra a Décimo. Dejadle buscar su propia seguridad”). El Senado concedió un triunfo a Décimo Bruto, del mismo modo que ignoró totalmente a Octavio. El partido de los asesinos de César cobraba fuerza nuevamente.
Por todo esto, Octavio solicitó el consulado (vacante tras la
muerte de los cónsules), lo que se consideró una exigencia desmedida, pues sólo
tenía 20 años (La edad legal para acceder al consulado era 39-43 años). Con Cicerón
en contra (que lo acusó de desmesurada ambición), y tras varios intentos infructuosos,
Octavio marchó hacia Roma con su ejército lo que puso al Senado y a Cicerón contra
las cuerdas. El 19 de agosto de 43
a .C., Cayo Julio César Octavio fue nombrado cónsul por
primera vez. Inmediatamente, se apoderó del tesoro para pagar a sus tropas y
consiguió que se aprobara por fin la lex
curiata que lo convertía legalmente en el heredero de César. Su colega
consular, Quinto Pedio hizo aprobar asimismo una ley que establecía un tribunal
especial para juzgar a los asesino de César. El sol de los Julio volvía a
brillar sobre Roma.
Retrato del Augusto de Prima Porta. H.F. Helmoid, 1901
Mención aparte merece la figura de Cicerón, el último gran
defensor de la República ,
que tras estos últimos acontecimientos se retiró a su villa de Formia a esperar una muerte segura,
ordenada por los triunviros, a instancias de Marco Antonio sólo meses después,
el 7 de diciembre de ese mismo año 43
a .C. La crueldad de éste y de su mujer Fulvia con el
cadáver fue extrema: él, ordenó cortarle las manos que habían escrito las Filípicas y colgarlas en la puerta del
Senado; ella, traspasó con sus horquillas la lengua que las había pronunciado.
Este ensañamiento hacia una figura tan preeminente conmocionó al pueblo romano
y repugnó a Octavio, que sin embargó lo consintió, al no poder indisponerse contra
Antonio en esta etapa de su vida.
El insigne orador y jurista, célebre por su ingenio, fue siempre
rival de un César a quien no dudó en alabar a pesar de sus diferencias
políticas; de pensamiento conservador y moderado defendió los ideales en que
creía y los de la república hasta el final de la mejor manera que supo y como nadie
ha conseguido superarlo jamás: con el don de la palabra. Se despidió de este
mundo con el convencimiento y la amargura de que con él moría la república y
que César, finalmente, había vencido incluso muerto; el inteligente Cicerón en
sus últimos momentos pudo adivinar que el joven Octavio, era sin duda el más
audaz de los que sobrevivían, el último y certero dardo que César había lanzado desde el más allá. Su
triunfo definitivo.
Octavio, tras su victoria sobre Marco Antonio quiso
restituir el honor de Cicerón y su familia: en el 30 a .C. nombró cónsul junto a
él, al hijo de aquel, por lo que Marco Tulio Cicerón hijo fue el encargado de anunciar la muerte de
Antonio y de ordenar la destrucción de todas sus estatuas en una muestra más de
la nobleza de sentimientos del Príncipe. “De
esta manera, la justicia divina confía a la familia de Cicerón los actos
finales del castigo de Antonio” (Plutarco. Vidas Paralelas).
Marco Tulio Cicerón. S. I a.C. Roma. Museos Capitolinos
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